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ACERCA DE LAS NOCIONES DE VERDAD Y OBJETIVIDAD EN LA INFORMACION
[Publicado
en: Comunicación y Estudios
Universitarios, VII (1997), pp. 139-145. El artículo trata de distinguir tres conceptos que aparecen en ocasiones mezclados o confundidos en los escritos sobre el papel informativo de los medios de comunicación: los términos de verdad, objetividad y veracidad. A partir de la teoría gnoseológica de la verdad más comúnmente aceptada -la de la verdad como correspondencia-, y siguiendo diversos casos ejemplificadores, se formula el desideratum de que el informador cese en su pretendida persecución de la verdad objetiva (un propósito que, tomado al pie de la letra, puede resultar tan decepcionante como esterilizador) y se aplique a una finalidad más a su alcance, también aparentemente más modesta, pero incomparablemente más eficaz: el propósito de ser veraz. INFORMACION. GNOSEOLOGÍA. ÉTICA.
1- Verdad, objetividad y veracidad
El respeto a la verdad se ha constituido, ya desde el origen de la
codificación deontológica, en el objetivo último del quehacer del periodista.
Así, en el código deontológico de la Federación de Asociaciones de la Prensa
de España (FAPE)[1]
podemos leer: «El primer compromiso ético del periodista es el respeto a la
verdad», en tanto que, en el plano internacional, el Código de la UNESCO
expone como primer principio de la ética periodística "el derecho del
pueblo a una información verídica", y como segundo principio "la
adhesión del periodista a la realidad objetiva". Con independencia de la letra escrita, se encuentra asimismo muy extendida entre los periodistas la idea de que la finalidad última de su profesión la constituye el hecho de contar la simple verdad de lo que ha sucedido (ser "meros notarios de la actualidad", limitarse a "contar sólo lo que se ha visto").
No obstante esta unanimidad respecto al fin último de la información,
la noción teórica de "verdad" no es por sí misma evidente ni
simple, razón por la cual, antes de honrar el epígrafe de este artículo,
convendrá aclarar el sentido y función de lo que vamos a entender por
"verdad".
La concepción de la verdad más comúnmente aceptada se inscribe en la
teoría de la verdad como correspondencia o adecuación. Esa teoría proviene de
Aristóteles y encuentra su formulación clásica en la escolástica cristiana;
hay otras teorías de la verdad (la del desvelamiento, la pragmatista, la
coherentista...), pero, puesto que ninguna de ellas posee la impregnación en el
sentido común que ha alcanzado la primera, nos bastará aquí con haberlas
mencionado.
Según la teoría de la correspondencia, la verdad es una característica
de las proposiciones o enunciados; no es una característica, en cambio, de los
conceptos, que no son verdaderos ni falsos; en todo caso se podría predicar de
ellos que se encuentran ejemplificados o no en el mundo: pensemos en el concepto
de "gnomo", del que no podemos afirmar que es verdadero o falso, sino
tan sólo que existen -o no- en el mundo ejemplificaciones de ese concepto, es
decir, que hay -o no hay- individuos que corresponden a la descripción del
concepto "gnomo". Así pues, «¿Es "gnomo" verdadero?»,
sería una pregunta ininteligible, a diferencia de «¿hay gnomos en el mundo?»
o <<¿existen los gnomos?>>, que ya son plenamente inteligibles.
Abandonemos, pues, el ámbito de los conceptos y acudamos al de las
proposiciones o enunciados. Según la teoría de la correspondencia, si el
estado de cosas descrito en una proposición
se corresponde con el estado de cosas que se da en el mundo, entonces la
proposición es verdadera; en tal caso se produce, en la conocida fórmula adaequatio
rei et intellecto, la adecuación (o conformidad) entre el intelecto y la
cosa.
Tal adecuación encierra el supuesto de que la proposición refleja de
manera exacta y fiel, como lo haría un espejo plano, el hecho acaecido. En el
ejemplo de la filosofía analítica, "el gato está sobre la alfombra"
es un enunciado verdadero si es el caso que el animal que denominamos
"gato" se encuentra sobre el objeto que denominamos
"alfombra".
De manera que "verdad" y "hecho" constituirían dos
caras –con idéntico dibujo- de la misma moneda, según que ésta cayera del
lado del mundo o del lado del lenguaje. A partir de esta concepción de la
verdad, todo cuanto tendría que hacer el informador que quiere suministrar al público
la exposición verdadera de unos hechos sería reflejarlos desnudamente, sin
distorsión subjetiva, de forma puramente especular.
Conviene no pasar por alto la expresión "sin distorsión
subjetiva" que acabamos de emplear. Con semejante giro se deja ver que la
teoría adecuacionista de la verdad contempla como modo óptimo de acercamiento
al objeto el paradójico movimiento de "ponerse a un lado".
Consideremos el razonamiento: puesto que el objeto (ob-jectum)
es por definición etimológica aquello que se encuentra enfrente del sujeto, el
sujeto enunciará una verdad más acabada (más "objetiva") cuanto con
mayor fidelidad sea capaz de reproducir el estado de cosas que encuentra frente
a sí; cuanto más capaz sea de atenerse a las características del objeto
haciendo a un lado las propias tendencias y concepciones previas, al modo en que
el pintor necesita alejarse de su modelo para poder valorarlo con propiedad: en
consecuencia, la verdad aparece como una manifestación del objeto,
independiente de la conciencia que lo observa. Este es el aspecto intelectual de
la verdad objetiva; más adelante distinguiremos su aspecto moral.
Aun suponiendo que el método para enunciar la verdad de manera objetiva
fuera tan sencillo como se desprende de la teoría adecuacionista (y ya veremos
más adelante que no lo es), existiría un obstáculo de orden práctico que
habría de dificultar su acceso al informador. Es la razón por la que John
Hohenberg denominaba al periodismo "el arte imposible": «No
es frecuente que alguien en el periodismo pueda permitirse el lujo de la
contemplación filosófica. Además de dominar su vocación, el periodista ha de
conocer la política, la economía, la ciencia, el derecho, la religión, la
medicina, el arte, la educación, la agricultura, la historia, la geografía,
las matemáticas y la enrarecida atmósfera del espacio exterior (...) Como si
no fuera bastante lo anterior, se le pide también de vez en cuando que escriba
sobre las ansias de los amores juveniles y seniles, los placeres de la vida
familiar, los deportes, los juegos y entretenimientos y los variantes problemas
de otros pueblos desde el Cabo Norte hasta Patagonia»[2].
Aun dando por supuesta la univocidad y claridad de la teoría
adecuacionista, decíamos, el informador habría de ser un sabio renacentista
para poder acceder a la verdad objetiva de los acontecimientos... pero es que
tampoco podemos darlas por supuestas. Tanta claridad y distinción como se
desprende de la teoría de la verdad como correspondencia se enturbia en el
preciso momento en que pretendemos aplicarla a problemas reales. Vamos a referir
tres contrastes de esta oposición entre la verdad y la práctica comunicativa
siguiendo la contraposición
emprendida por Jeffrey Ölen[3].
Son los siguientes: 1)
La verdad es más amplia que el hecho. Es difícil que el reportero pueda
explicar un conflicto remoto absteniéndose de explicar asimismo el significado
contextual, y no sólo textual, de
multitud de siglas, organizaciones, etc., que el espectador desconoce. Es más;
en ocasiones, el remitirse a los desnudos hechos constituye una forma sutil de
colaborar con lo malo: Ölen cita[4]
la caza de brujas del senador McCarthy
durante los primeros años 50. Puesto que la inmensa mayoría de la prensa siguió
los acontecimientos sin "análisis" ni "interpretación", el
resultado fue que el público escuchó a McCarthy,
pero no comprendió el
maccarthysmo. Esa deficiencia sería achacada más tarde a la propia actitud de
la prensa, que casi "colaboró" en hacer de los procesos por ideas o
actividades procomunistas algo socialmente admisible, cuando la prensa sabía
muchas cosas que no escribía por no parecer tendenciosa contra McCarthy. A
partir de aquel episodio, entre los informadores norteamericanos ya no se creyó
que los comentarios supusieran tout court
una pérdida de objetividad, y «cuando Nixon apareció en televisión durante
la investigación del Watergate con lo que parecía una enorme cantidad de
grabaciones transcritas de la Casa Blanca, los periodistas nos dijeron cuán
poco contenido había en cada volumen»[5];
por extensión, cuando un responsable político norteamericano comete errores de
hecho o intenta confundir a los electores, los reporteros tienden en la
actualidad a decir que los comete y que lo intenta, y señalan sin ambages las
incoherencias y los cambios oportunistas de posición.
En efecto, del ejemplo que da ölen de las audiencias de McCarthy se
desprende que no se estaba siendo objetivo al ocultar los incómodos muelles de
la verdad bajo la tupida lona de los hechos, y que hasta detrás del silencio
hay siempre una toma de postura implícita. 2)
Un hecho es un fenómeno; una verdad
es la explicación ideal de los hechos. Así, lo que un presidente del Gobierno
manifiesta es un hecho; en cambio, lo que la frase manifestada significa (entre
otras cosas, por qué y para qué lo dijo) compete a la verdad. Dicho de otra
manera, conocer qué sucedió es
conocer los hechos, pero comprender qué
sucedió es asunto de la verdad. Referir una retahíla de hechos puede
constituir la forma más convincente de encubrir una tropelía. 3)
El hecho es aquello que el periodista observa; informar de los hechos es
informar de lo que el periodista ve y oye. Si Pérez llama mentiroso a López y
López lo niega, y el reportero escucha la acusación y el desmentido, para él
tanto la una como el otro son hechos. La verdad (i.e., si López es o no un
mentiroso) no es un hecho. Informar de los hechos, por tanto, es informar
estrictamente de la acusación y del desmentido.
Las tres distinciones de ölen (a saber: entre acontecimientos y su
significado profundo, entre
acontecimientos y su explicación, y entre lo que se observa y lo que no)
permiten preguntarnos si ahora resulta tan fácil discernir entre los hechos y
sus interpretaciones, entre observar y teorizar, como pensábamos antes a partir
de la pura enunciación de la teoría adecuacionista de la verdad. La escuela
psicológica de la Gestalt, por su
parte, nos ha mostrado en el campo de la percepción sensorial que incluso
cuando vemos una simple figura geométrica realizamos inferencias y operaciones
mentales secundarias: cerramos círculos que se hallan de hecho incompletos,
hacemos pasar líneas curvas por detrás de la recta si la extensión de esa
curva puede sugerir un perfil reconocible, etc. El cerebro, pues, no sólo
registra las imágenes en nuestra retina, sino que también compone, rellena o
clausura ciertas formas de la realidad física. Lo mismo ocurre, y con mayor
asiduidad, con la imagen ideológica o moral de los sucesos. Quien percibe un
acontecimiento, aventura y pone en marcha en el mismo acto de percibir aquellas
hipótesis inconscientes acerca de las causas y efectos del acontecimiento que
le permiten hacerse una idea del
mismo; que le permiten, por emplear el giro orteguiano, “habérselas” con él,.
Algo parecido ocurre con la diferencia entre describir un proceso y
explicarlo: es que a veces, al describir, ya estamos, eo
ipso e irremediablemente, "explicando" e
"interpretando": «De
tres personas que observan el mismo suceso, uno puede ver una manifestación,
otro una protesta y otro un tumulto -y cada uno informará del incidente de
manera diferente.
Nótense las diferencias de significado entre "protesta",
"manifestación" y "tumulto". Cada uno refleja un juicio
diferente acerca del hecho observado (...) Lo mismo vale para
"guerrillero" frente a "terrorista", (...) "Guerra de
las Galaxias" frente a "Iniciativa de Defensa Estratégica" o
"estadista" frente a "político". El uso de "señorita"
por "señora" también refleja una actitud. Y así sucede con
"gay" frente a "homosexual". Hay pocos, en el caso de que
haya alguno, sinónimos exactos en inglés o cualquier otra lengua, y la elección
de la palabra refleja a menudo las actitudes (..)"[6]
También Krech y Crutchfield[7] han recordado nuestra
tendencia psicológica a asignar un significado inmediato a los objetos y
situaciones nuevas del entorno: pensemos en nuestra casi inmediata toma de
posición, en términos de simpatía o antipatía, ante una persona que nos es
presentada en una fiesta. Desde el punto de vista pragmático, importa menos
acertar en esa atribución (lo cual requeriría un estudio reposado de todas las
circunstancias del objeto o situación) que poder dar cuenta de la
situación, siquiera sea con datos muy escasos. Es la "percepción
selectiva", que refuerza nuestros valores, actitudes y creencias previos,
en una tendencia que se acentúa todavía más cuando dejamos de percibir el
objeto y empezamos a recordarlo: a esta función autoafirmativa de la memoria se
refería Valle Inclán con su feliz aforismo «Las cosas no son como las vemos,
sino como las recordamos».
En radio y televisión, medios donde los instrumentos técnicos parece
que podrían suministrar una mayor "objetividad" en el registro de los
hechos, las cosas no son tampoco tan neutras como parecen. M. Cebrián ha señalado
que estos aparatos no dejan de seleccionar una parte de la realidad, por la
sencilla razón de que quienes los manejan son técnicos y comentaristas que
interpretan la realidad según su personalidad subjetiva[8].
En esa dirección, antes de abrir la boca el personaje ya está siendo
interpretado por los intermediarios del mensaje: la distancia de la cámara al
personaje, la ambientación, el encuadre, la elección del momento, el ángulo
de incidencia de la luz sobre este o aquel elemento, son todos factores que
pueden inclinar la balanza emotiva del público hacia la antipatía o la simpatía.
Los directores de imagen de los políticos suelen pactar por esa razón todas
las condiciones técnicas bajo las cuales ha de llevarse a cabo un debate
electoral, con el fin de que su cliente no se vea perjudicado. Dejando en
cualquier caso las cualidades objetivas del registro de la cámara en un lugar más
bien precario.
Así pues, el punto de vista que describe una situación (un punto de
vista humano, necesitado, falible, a veces ridículamente confiado, en otras
desmedidamente susceptible) de la subjetividad humana es el único medio de
interpretación posible al alcance de los humanos, de tal suerte que el ideal de
la objetividad ha de entenderse, como mucho, en el mismo sentido en que Kant
entendía las ideas regulativas, es decir, como una "ficción
operativa", por emplear la expresión de Stuart Hall: ahora bien, si
seguimos empeñados en estipular el significado de “objetividad” en el
sentido adecuacionista de no introducir en absoluto la psicología del
informador en los hechos, en tal caso la objetividad deviene una quimera
inalcanzable.
En relación con todo lo dicho, es interesante señalar que el principal
logro del conocido New Journalism que
concitó en el EE.UU. de los años 60 y 70 el concurso de brillantes plumas
literarias en el ejercicio de un periodismo declaradamente interpretativo y
subjetivo, con su recurso a la ficción y a la expresividad, fue justamente señalar
que el lenguaje pretendidamente objetivo y conciso del periodismo tradicional
también envolvía preconcepciones, estereotipadas en la mayor parte de los
casos, sólo que además aparentaban someterse a una estructura real y unívoca
de los hechos. Con bastante anterioridad al nuevo
periodismo ya había surgido la necesidad de un "periodismo
interpretativo" que diera cuenta del significado presumible de los hechos;
pero no es tanto que, como opinara Walter Lippmann en 1956, "por ser el
mundo tan complicado y difícil de entender, se ha vuelto necesario no sólo
informar acerca de las noticas, sino explicarlas e interpretarlas"[9],
sino que el propio sentido de la información exige, para que ésta sea
inteligible, la interpretación del emisor sobre el contexto y el significado
del hecho que él conoce de cerca.
El sujeto, pues, no debe apartarse del objeto si quiere averiguar su
sentido, por seguir con la metáfora espacial, sino, al contrario de lo que a
primera vista parece dictar la teoría adecuacionista, debe introducirse en su
interior tanto cuanto le sea posible, a sabiendas de la propia falibilidad de
todo juicio individual. 2- La veracidad de la información
Hemos concluido que la objetividad entendida como estricta separación
entre observación e interpretación es inalcanzable, pues la observación
deviene sin remedio observación-de-un-sujeto; el sujeto entra en la esfera lógica
de la observación con una concepción previa y un sistema de ordenamiento
intelectual y moral que lo obliga a interpretar: es la necesidad del "punto
de vista". Dicho de manera más epigramática: no hay observación sin
interpretación. Y esta realidad perspectivista obedece al hecho de que el
problema de la verdad en la información no resulta sólo un problema
intelectual entre el sujeto que va a emitir el mensaje y el objeto o estado de
cosas que servirá de contenido, sino también y sobre todo un problema moral:
el que se da entre el emisor del mensaje y su destinatario.
Aquí la objetividad presenta un sentido más cargado de consecuencias,
un sentido resultante de la voluntad de transmitir fielmente a un receptor que
comparte nuestro código lingüístico esa verdad digna de ser contada que uno
ha tenido la oportunidad de conocer. Esta nueva dimensión de la objetividad es
la que encarna el valor de la veracidad. Y si el fenómeno que impedía alcanzar
el sentido intelectual de la objetividad era la ignorancia en un sentido amplio,
el que impedirá alcanzar el sentido moral de la objetividad será, en cambio,
el del engaño.
Hasta en el Código de la UNESCO que pedía en su Principio 2 la adhesión
del periodista a la realidad objetiva se termina reconociendo que el público
debe comprender las situaciones, procesos y acontecimientos "de la manera más
objetiva posible". Y es que, por inteligente, avisado y honrado que sea un
informador, la única relación de fidelidad que puede garantizar a su público
no es la que mantiene con la verdad, sino la que mantiene con la veracidad.
Pues, en efecto, a partir del hecho de que no hay observación sin interpretación
no se sigue que el informador tenga
derecho a informar lo que más le convenga a él, la empresa, el anunciante que
le pague o el partido político al que vote. Se trata de una vieja astucia
relativamente típica que conviene señalar sin dilación: la astucia de quien,
habiéndose impuesto a sí mismo un arduo fin moral, y habiendo fracasado en el
intento, opta en consecuencia por abdicar de todo fin moral, hasta el más modesto y exigible; si bien es cierto
que quien puede más, como señala la máxima jurídica, puede lo menos, no es
menos cierto que quien no puede lo más puede, al menos,
intentar lo menos: el hecho de que un seminarista decepcionado acabe
regentando un local de lenocinio no significa que haya ninguna razón de peso
para suponer que el cese en la primera actividad lleva lógicamente aparejado el
ingreso en la segunda. Así, del hecho de que la objetividad absoluta de un
enunciado sea imposible no se sigue que yo tenga derecho a afirmar lo que mejor me parezca.
Se da aquí un non sequitur lógico cuya frecuente violación L. Brajnovic ha
definido, con razón, como el error más grave que puede cometer el informador
desde el punto de vista ético, pues no resulta lógicamente válido terminar
contraviniendo un principio práctico como el de la veracidad a partir de las
dificultades teóricas que presenta la ambición de alcanzar la verdad. De
hecho, el legislador ha subrayado en nuestra Constitución esta virtud del
informador al proteger, en el artículo 20.1 "el derecho a comunicar o
recibir libremente información veraz”.
El informador, pues, debe ser veraz sin restricción alguna; dicho de
otra manera, debe ser objetivo en el único sentido posible en que lo es para un
informador: en el sentido de que, aun cuando lo que diga o escriba sea erróneo
debido a la subjetividad intrínseca de la relación de conocimiento y descripción
que hemos señalado, debe decir aquello que piensa que ha ocurrido, y no algo
diferente de o contrario a lo que piensa que ha ocurrido. Una exigencia tal
implica que el informador debe ser veraz a la hora de informar de un hecho, y
todo lo imparcial que pueda a la hora de interpretarlo; esta imparcialidad
constituye, nada menos, pero también nada más, una actitud de honradez
intelectual (la autopercepción de que uno no está deformando tendenciosamente
el hecho) que permite separar lo que ha sucedido de aquello que le hubiera
gustado a uno que sucediera. El ideal de veracidad del informador se sustancia,
a nuestro juicio, en tres aspectos: 1) Respecto al hecho mismo, no debe concederse ningún tipo de libertades añadidas a la subjetividad estructural de la interpretación de los hechos, de manera que al dar cuenta de una conferencia que finalmente se suspende por falta de asistencia, deberá significar que se suspende por falta de asistencia, y no por "problemas técnicos". Cierto que formalmente podría discutirse si una sala vacía constituye o no un "problema técnico", pero si el informador sabe lo que dice y apela a su conciencia, sabrá también a la perfección que está falseando el hecho; laa imparcialidad no es tanto un asunto de expresión cuanto un asunto de intención: la veracidad del enunciado que afirma que algo ha sucedido significa la creencia en que la descripción de los hechos que va a transmitirse al público corresponde a la verdad de lo sucedido. 2)
El informador, además de someterse al tribunal íntimo de la conciencia, debe
poner en práctica aquellas actuaciones y precauciones profesionalmente
reconocidas que permitan constatar el hecho informativo de manera fidedigna;
precauciones y actuaciones que, en nuestro país, vienen bien señaladas en el
principio 13 de actuación del código de la FAPE: «13.
El compromiso con la búsqueda de la verdad llevará siempre al periodista a
informar sólo sobre hechos de los cuales conoce su origen, sin falsificar
documentos ni omitir informaciones esenciales, así como a no publicar material
informativo falso, engañoso o deformado. En consecuencia: a. Deberá fundamentar diligentemente las informaciones que
difunda, lo que incluye el deber de contrastar las fuentes y el de dar la
oportunidad a la persona afectada de ofrecer su propia versión de los hechos
[esta precaución va no sólo contra la falsedad voluntaria, sino también
contra el error involuntario]. b. Advertida la difusión de material falso, engañoso o
deformado, está obligado a corregir el error con toda rapidez y con el mismo
despliegue tipográfico y/o audiovisual empleado para su difusión. Asimismo
difundirá a través de su medio una disculpa cuando así proceda. [mío: éste
es el dcho. de rectificación] c. Asimismo, y sin necesidad de que los afectados acudan a la
vía judicial, deberá facilitar a las personas físicas o jurídicas la
adecuada oportunidad de replicar a las inexactitudes de forma análoga a la
indicada en el párrafo anterior [derecho de réplica]»
Ni que decir tiene que se puede ser falaz aun respetando estas
actuaciones, y todas las que se pudieran añadir. La actitud imparcial del
informador presenta un carácter interno, y de esa interioridad procede el
"deber de buena fe" aplicado a la falsedad de noticias por la Sociedad
de los Directores de Periódicos Norteamericanos[10].
Podemos penetrar el carácter "interior" de la veracidad recordando el
encabezamiento que The New York Times
tenía previsto para el 28 de febrero de 1967: "Mientras 1.286 estudiantes
de la Escuela Secundaria Metropolitana proseguían sus estudios tranquilamente
esta mañana, otro estudiante asesinó al jefe de su oficina"[11].
El periodista, que al parecer prefería no molestar a las autoridades, cometió
un acto de imparcialidad, no ocultando un hecho, sino, al contrario, reseñándolo:
que todos los estudiantes menos el asesino se encontraran estudiando
tranquilamente es a la vez un hecho indiscutible, una irrelevancia manifiesta y
una coartada partidista; sin ningún género de duda, al incluirlo en la noticia
se estaba restando importancia al único hecho relevante de aquella mañana en
el Instituto, a saber, que un alumno había asesinado a un funcionario. Al
situar, además, la oración noticiable a continuación de la oración
irrelevante, como una especie de suceso de segundo orden, daba a entender que lo
importante del asunto era que, de los 1.287 estudiantes del centro, sólo
uno de ellos estaba asesinando al jefe de su oficina. Desde el punto de
vista externo, el periodista suministraba información objetiva; desde el punto
de vista de la honradez intelectual daba una información tendenciosa que
distorsionaba el significado del hecho. El principal enemigo de la imparcialidad del periodista es a mi juicio el partidismo tendencioso, capaz de desfigurar los hechos con el fin de que las ideas y preconcepciones que sustenta aparezcan bajo una luz favorable. La tendenciosidad resulta un vicio muy escurridizo y difícil de aprehender, como hemos visto, sobre todo en el ámbito de la opinión, y aunque un buen recurso para acotar sus estragos lo constituye la conocida distinción entre información y opinión, de poco sirve si el profesional carece de la intención de ser veraz. Es acaso un final no demasiado inconveniente para nuestro propósito; en el fondo, lo que hemos tratado al distinguir estos tres términos ha sido menos dar cumplimiento a un imperativo intelectual que satisfacer un imperativo moral; nos referimos al imperativo de ser veraces, no para ser objetivos, sino para ser justos. REFERENCIAS -Aguilera,
O., Las ideologías en el periodismo,
Madrid: Paraninfo, 1990 -González
Bedoya, J., Manual de Deontología
Informativa, Madrid: Alhambra, 1987 -Hohenberg, J., Los medios
informativos, México, D.F.: Editorial Letras, 1970. -León, Luis Persuasión de masas,
Bilbao: Deusto, 1992. -Ölen, Jeffrey, Ethics in Journalism, Prentice Hall: Englewood Cliffs (New Jersey),
1988. [1] Deseo agradecer a los profesores José Montoya, Antonio Vallés y Hugo Aznar su valiosa colaboración en punto a bibliografía deontológica. [2]
Hohenberg, J., Los medios informativos,
p. 61. [3]
Ölen, Jeffrey, Ethics in Journalism,
Prentice Hall: Englewood Cliffs (New Jersey), 1988. [4]
op. cit., p.90. [5]
Ibídem. [6] J. Ölen, op. cit., p. 84. [7] Citado en Luis León, Persuasión de masas, p. 235. [8] Cebrián, M., Diccionario de radio y televisión, p. 236. [9] Walter Lippmann, Boletín de la American Society of Newspapers Editors, citado en Aguilera, O., Las ideologías en el periodismo, p. 139. [10] Vid. González Bedoya, J., Manual de Deontología Informativa, Madrid: Alhambra, 1987, p. 112. [11] John Hohenberg, Los medios informativos, p. 23. |
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