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SÓLO POR SI ACASO

Sólo por si acaso es un libro de relatos satíricos que acaba de publicarse por Edicions de Ponent (Onil, 1999). La descripción de Sólo por si acaso que aparece en la contraportada del libro es la siguiente:

           

«Por casualidad, un paseante contempla cómo al otro lado de la verja una mujer pasa el cortacésped a su jardín. Un hombre que no sabe aplaudir se deja leer la mano. Un fumador empedernido lee casualmente un anuncio en la prensa. Pero nada ha sucedido porque sí en estas narraciones de irresistible comicidad.

            Sólo por si acaso reúne siete relatos satíricos plenos de sentido del humor y agudeza crítica. Unidas por la necesidad que se disfraza de azar, estas historias nunca recurren a la puerilidad del ridículo o a la previsibilidad del chiste, sino a la intuición de lo incongruente y a una honda comprensión de la fragilidad humana. No es casual que Catalán se haya declarado más deudor del humor de Cervantes que del de Quevedo.  Estas narraciones dan el mejor testimonio de ello».


Presentamos a continuación el primer relato del volumen Sólo por si acaso (Edicions de Ponent, 1999).

DIFERENCIA HORARIA


Para Fermín

            Esteban Bárcenas se detiene frente a un bungaló con tejado de pizarra. Al otro lado de la verja una mujer de edad mediana enrasa la hierba del jardín con un cortacésped eléctrico. Esteban se sube la pernera del pantalón y apoya su pie en el bordillo de la entrada mientras observa los perfiles torneados de la mujer.

—(Parece meditabunda, metida en sí misma. Me encantaría conocerla. En la casa no parece haber nadie: a lo mejor ha reñido con su marido. Hay maridos que pasan fuera semanas enteras sin comprender que dejan a sus espaldas una esposa desatendida. La mujer es una flor que quiere cuidados cada día y un ambiente húmedo y umbrío al caer la tarde. Si no lograra seducirla hoy, puedo volver mañana; y si no, pasado. ¿Puede alguna resistirse a un hombre que persevera? Ninguna. Es cuestión de tiempo. La constancia: ofrenda del verdadero deseo, que no se enfría al llegar el invierno. Hay que sorprenderse cada mañana por lo guapa que está esa mañana. En voz alta. También hacerle regalos, y ejercitarse en todo tipo de sacrificios visibles. ¡Ah!, y sobre todo hablarle con pasión. «Pídeme lo que quieras y lo haré por ti. Pide que sea tu chófer, lo haré por ti. Que salga desnudo a la calle y escale la tapia de un colegio, lo haré por ti. Que arregle las cañerías del lavabo (pues soy un hombre eminentemente práctico con algunos conocimientos de fontanería), y lo haré por ti». Háblale ya. O mejor espera a que se vuelva. Y no te desanimes cuando levante su primera línea de defensa. Primero te mirará con incredulidad, como a un marciano, luego con desprecio, como a un perro pulgoso, y para terminar hará como que te ignora. Pero son sólo reacciones pasajeras. Superado ese momento, es vital familiarizarla con estribillos del tipo de «Lo eres todo para mí». Y una opulenta amazona como debe de ser ésta, ¿no lo sería todo para ti? Nada más fácil. Llegado el momento en que te has ganado su confianza, ya puedes ponerla ante una disyuntiva: «O bien te apiadas de este pobre infeliz que está perdiendo la salud, o bien me convertirás en Tu Moscón Incondicional hasta el día del Juicio». Si consigues dar a esta disyuntiva un aire lánguido de bolero y ella no marca ipso facto el 091, ya puedes afirmar que estáis en tratos. Al cabo de unos meses ella empieza a comparar la pasión torrefacta de su enamorado con el tibio afecto de su marido. Y tarde o temprano su fondo felino encerrado en la jaula del código moral acaba por explotar. ACEPTA, aunque no a medias: "Sí, quiero. Y además ya". Entonces se desatan torrentes de lujuria con intercambio de flujos que brotan de todos los pliegues del organismo al agitarlo (bebidas espumosas). 

      Al cabo de tres o cuatro citas ella empieza a odiar a su marido, ya no soporta que la toque. Susurra a su amante: "Me da asco, no puedo evitarlo: ¿tú sabes la de pelos que tiene por todo el cuerpo?"; y él responde, orgulloso: "Es normal que te pase". Ése soy yo. El cartero siempre llama dos veces. Espero no hacer nunca el papelón. ¿Qué harías, entonces? Nada de asesinar al marido; Jessica Lange podría haber huido con Jack Nicholson, pero la avaricia rompe el saco. Además, si no lo matan no hay argumento. No hay que matar, salvo en defensa propia y en la guerra).

      Cuando la mujer se da la vuelta, Bárcenas le pregunta:

—¿Está sola?

—Sí —dice ella, sin dejar su tarea.

—¿Puedo pasar?

            La mujer se le ha quedado mirando con los ojos casi cerrados por el ataque del sol; parece dudar. Luego rodea una rocalla de cactos, se acerca a la portezuela de hierro forjado y la abre con decisión.

—Adelante.

—Vaya... tienes un jardín precioso (nunca pensé que fuera tan fácil; se supone que para que te guiñen el ojo hay que caer en gracia. Será que la grosería da la clave del éxito; eso será. Gigolos romanos, tocadores fraudulentos de mandolina, ahora en play back pero en otros tiempos disfrazados de Arlequín a rombos con calzas prietas y calzado de punta engarabitada, en el fondo unos rateros ignorantes y bruscos. Con el peine asomando por el bolsillo trasero del Levi's conquistan el corazón de las hembras mordiéndoles de entrada la pulpa de los labios. "Señora, esto es lo que hay. ¿Quiere? ¿Sí? Usted gana ¿Que no? Tú te lo pierdes". Asertividad A-ser-ti-vi-dad. Como en la venta a domicilio; antes de darte cuenta, estás en tu propio tresillo dando las gracias al vendedor por haberte invitado a fumar. ¿El secreto? Fuera remilgos). Y muy bien cuidado (si ella no se cubre, el hombre tiene la obligación moral de hacerlo; sólo se trata de subsanar su olvido de no echarse un chal, o algo, por encima. No hay que tomarlo muy a pecho, porque es una cuestión puramente seméntica. Tiene pompom un cuerpo sin aristas. Deseable. No hay nada malo en desear lo deseable) ¿Permite una ayuda?

—Agradecería que acabaras tú. Estoy cansada.

—Desde luego que sí (me tutea: un gran paso adelante pom a las primeras de cambio). Esta palanca regula la fuerza (al aceptar el tuteo es como si hubiera dicho "tómame tú" con eso de "acaba tú".  Por otra parte, parece enfadada) luego aprietas POWER y se para (mujeres inestables y ansiosas, ninfómanas las llaman. Llegan al primer clímax no bien sienten sobre su cuello el soplete del aliento. Luego lo retienen a uno días y días, como a un esclavo, cebándolo a base de bien y tortilla de patatas con poca patata para mejor fornicar ¿dónde? pues en un cuarto secreto. Un zulo con apenas un jergón y el televisor para distraerte entre asalto y asalto. No tendría inconveniente al principio. Después ya veríamos. ¿Cariño? Creo que saldré en persona a comprar tabaco. Ya; ya sé que también puedes hacerlo tú, pero ¿qué me dices de estirar las piernas? En este sótano hay muchas humedades). Y cuando termine lo que falta, yo mismo le doy al interruptor (La timidez me ha impedido conocerlas. La colonia también cuenta, dicen que el atractivo animal Groaooo es cosa de química: la loción adecuada deja en ellas una primera impresión que las aturde. Química alquímica: sin habla quedan ante los mensajes voladores de la virilidad. Y si ella aún balbuceara: pero por qué, por qué Por qué ha tenido todo que suceder tan rápido, entonces le dices con esa voz grave que te sale con el constipado: “sólo era extracto de feromonas, vida mía”). Si es muy sencillo de manejar... (Tiene apenas un pellizco de nariz ¿Estará soltera —las más largas aventuras hasta que aquí hemos llegado—, divorciada —las más fáciles, luego muy exigentes—, viuda —insaciables— o casada —se debaten horriblemente hasta concederlo para siempre—?).

—¿Quieres tomar algo? —pregunta ella mientras camina hacia el porche.

—Sí. Un martini (Grandes perspectivas. Me va a ofrecer su casa, y una bebida alcohólica a su lado. Es claro) rojo, y si no del otro (que en menos de dos horas será mía. Hasta el momento me lleva la delantera), con una gota de ginebra (pero pronto pasaré a la acción). En cuanto acabe este cuadro, voy contigo (pompom hacerla esperar un poco. Dominando yo. Desinterés. Y mucho mundo. Experiencia de la vida. No darle importancia a la cosa pompom. Fumar un cigarrillo con pulgar y corazón, el pulso firme. Lobo viejo: pondré la aceituna entre sus dientes mientras la miro a los ojos. Humphrey a la ventana en París y Dopominio absoluto).

—¡Cariño, esto ya está! —dice la mujer desde la casa.

—Voy enseguida, preciosa (¿Ha dicho “Cariño”? No puedo creerlo, pero tampoco hacía viento. Provocación descarada. Si ahora eso, qué me dirá cuando nos presentemos. Ahora bien, ¿no es sencillamente increíble el poder de los instintos? “Cariño” en vez de «¿tiene usted opinión formada de esos buitres del Fondo Monetario Internacional?» y otros mil rodeos de brazos cruzados, incluido el interés por sus viejos discos de ebonita; claro, así se explica la superpoblación del planeta. Gracias al instinto —visto y no visto—, a ella le da igual una cañería oxidada que las olivas rellenas o el corte del césped, se la repanfinfla todo y sólo le interesa vaginomaravillosamente “cariño”. Directa al punto cero. Pues bien)».

            Bárcenas, que ha dejado la máquina a un lado, entra y cierra la puerta. Cuando ve a la mujer reclinada en el sofá, atraviesa el cuarto de estar y se abalanza sobre ella.

—Pero, ¿qué haces?

—Yo no tengo la culpa, son mis brazos los que no pueden soportar tu belleza.

—¿Quién no puede...?

—Mis brazos, ¿no ves cómo se mueven? Míralos.

—Está bien —protesta la mujer entre risas ahogadas—, pero me estás haciendo cosquillas...

—Fíjate en éste sobre todo...

—¡Espera! 

—¿Qué pasa?

—Que voy a arreglarme un momento... tranquilo... un momento.

—Te espero aquí mismo (Ha cerrado el baño sin pestillo; pero quieto como si no fuera contigo. Salón acogedor, decorado por Quién. No está mal. Bonito piano de cola, un Steinway viejo. Do, re, mi, fa... Y recién encordado. Do, re, mi, fa, no. A ver: Do, re, mi, fa, fa, fa, mi, fa, sol, eso es, fa, mi, re, re, re. Po, po, ro, po. Y, ¿qué veo? Un espejo de cuerpo entero. Voy a echarme un vistazo pre... vaya, ya apareció Barriguitas Feber. Cuando me desnude tendré que encoger el estómago. Pero sólo al principio —como los globos—. Después ya puedo soltar presión. Lo que nunca has de hacer es perfilarte. Y lástima lo blanco que estoy. A partir de ahora habrá que agotar los vales de la piscina como hacen todos los gigolos romanos ignorantes y zafios con el flequillo embalsamado de pachulí. Tuve ganas de decirle "no tardes", pero me contuve a tiempo. ¿Qué impresión has de dar cuando baje? La de serenidad y autopompomcontrol. Que nunca note el redoble de tu corazón.

            Ha dicho "no me esperaba esto". ¿Qué se esperaba, pues? De naturaleza gaseosa, el alma femenina cuenta con las propiedades de la rarefacción y la condensanción y suele obedecer si tienen un buen día a las leyes mecánicas de los fluidos. Pero no: Féminas Inescrutables. Ahora te doy ahora te quito, dime que me quieres—te quiero—pero no porque yo te lo pida, idiota, o también qué rabia lo ajustada que me queda esta falda tan ajustada... Pues claro, mentes esquizofrénicas: todas ellas. Y la de arriba puede que esté, además, un poco loca. Habré de ir con tiento, o Atracción fatal. Tampoco admitiría que fuera sádica. Pase que sea masoquista, porque si te dijera “no me pegues, o tendrás mujer para toda la vida” no te ibas a enfadar; ahora bien, sadismos, ni uno. «Por mí puedes seguir, pero ¿eres consciente de que puedes estropear tus uñas si sigues clavándolas ahí?». Qué se estará poniendo esta mujer...).

—¿Oye? ¿Te encuentras bien?

—Ya casi estoy. Enseguida

—(¡Enseguida, esconded los caquis, que ahora sí entran los comunistas!, vociferaba a la muerte de Franco la abuela de Antoñito mientras volaba en chanclas hacia la cocina. Sólo cuando primero se ha sido una Fémina Inescrutable se puede pensar a la vejez que los mandos del Partido Comunista anhelan requisar en persona los caquis de tu nevera («Tovarich Vladimir a Camarada Nikolai, Tovarich Vladimir a Camarada Nikolai, Camarada Nikolai, ¿me escucha?, Aquí Camarada Nikolai, Escuche atentamente, Camarada Nikolai: Ocúpense primero las instalaciones de televisión e inmediatamente después intervengan los caquis de la señora Antonia. Ya dejaremos el Parlamento para luego»): Féminas inescrutables. Cuando baje, tú vuelves la cabeza como asombrado por su celeridad al acicalarse, pero Cuánto tarda. Imagina que aparece en traje de cuero negro bajando la escalera, la gorra ceñida con su esvástica grana y fusta en mano o, más brutal aún, una tralla de arrear mulas que deja lapas en forma de pulgón. Botas a juego hasta la rodilla Oficia de estricta gobernanta y esgrime una cadena de hierro que atará a mi cuello mientras yo lamo su tacón. Portero de noche. Me ataría al piano para obligarme a tocar una pieza sacra con crescendos de vértigo producidos por su depurada técnica felativa: liposucción al vacío. Dos o tres silbidos entre las butacas de abono. ¿Pero cómo pretenden que el solista no emita notas destempladas cuando le están vaciando el tuétano en esos precisos momentos? ¡Ya hago bastante con respetar los límites del teclado! Vicios profundos en una vida aparentemente ordenada. Ni lo sueñe. «Lo siento, nena, pero ahora mismo pom vas a dejar ahí el pomlátigo porque yo me voy». ¡Un momento! Ya está aquí. Educada, doméstica —nada de salvajismos. Aquí la tenemos. Es señora decente con bragas blancas sin puntillas. En vez de ligas ha de usar esas modestas pero cuán tonificantes cinturillas elásticas coronando las medias.

            La hora de la verdad La soledad del torero No sé si debo Pompom El Sida Pompom Sin sangre no da Aunque a pelo cualquiera sabe Pues parecía un buen chicoPomPom dirán de mí El virus traspompasa la goma sólo valen las suizas de látex así que da lo mismo  Pompor do más pecó más Mónica Lewinsky más Caro polvo más Lorena Bobbit igual al romance del Tajo: Historias de violadores pompom que aparecen por la mañana con los tespompomtículos embutidos en la boca Las víctimas fingieron acceder a los deseos del violador Lo invitaron a casa pompom con zalamerías Le pusieron somnífero en la bebipomda y luego ¡ras! el otro tajo de un cuchillo jamonero «¡Protesto, Señoría! yo no soy ningún violador» ¿No habría algo en el martini? Sapombía raro Aprensiones mías A qué pomora llegará su marido no será tornero Pero no Este es mi cuerpo Carpe Diem o Jaimito y la hija del capitán desnudos en un barril lleno de leche: Ocasión única Fernando VII).

            Bárcenas despertó de madrugada. La mujer dormía de espaldas mientras unas tenues olas de grasa rompían en la ensenada de su cintura. Bárcenas abandonó el lecho con sigilo y dio unos pasos hacia el cuarto de baño. Encendió la luz del aseo sin dejar de rascarse el cuello y luego se volvió un momento para comprobar que no la había despertado:

—(Michelines más cartuchera: hermosa mantequilla. Jack Lemmon asustado al despertar en la habitación alquilada de Irma la Dulce, ella durmiendo como un bebé al amanecer mejillas de algodón guapísima indefensa todo el misterio de la creación concentrado bajo la gracia de sus párpados, la prostituta y la niña y la virgen y la madre, y él en cambio sólo un pobre capullo. Un pobre capullo cerrado sobre sí mismo, allí, de pie, asustado como un conejo. Pero he de volver a casa, porque algo terrible ha sucedido. Empiezo a recordar; fue otro de mis ataques de amnesia; mi mujer y los niños deben de estar buscándome, y yo aquí con esta libertina a las 5'50 de la madrugada. Claro que no es de ella la culpa. Pero, ¿cómo es mi familia? Un momento... mi documentación. Ahí en la chaqueta, sobre la silla.... No está la cartera... ¿Por qué no está la cartera? Salí de casa... ¿Cuándo? Ayer. Sí, ayer por la mañana, sin despedirme... ¡Dios mío, no puedo recordar sus caras! Iré a una comisaría, y que se ocupen ellos de encontrar mi hogar. ¿Me tratarán bien? Algunos quieren llegar a inspectores a fuerza de aporrear el plexo al primero que se presenta. Comisaría del Quinto Distrito o Brigada 21, no sé, una de esas donde Kirk Douglas se enfurece cuando un criminal llama a su abogado por teléfono con el índice aún chorreando sangre (¡Eh, Mr. Douglas, no me mire así, que yo no tengo  abogado! Lo único que permite el gobierno de mi país son inofensivos gestores para las nóminas y declaraciones de renta, venga usted a Mallorca en bermudas turifruri y lo verá). Ahora bien, no iban a aporrear el plexo a un hombre asertivo como yo. «Vengo a exigir un servicio público como ciudadano, no a escuchar preguntas impertinentes», y si él responde: «Blablabla Usted qué se ha creído Blablabla», entonces viene que yo saco la pluma, desenrosco a cámara lenta la caperuza y le pregunto en voz muy baja, si bien rotunda: «¿Será tan amable de darme su nombre?». Y ahí sí que sale Sabonis y se acaba el peloteo. Mirarlos a los ojos es infalible. Un día entero de amnesia fuera de casa; puedo recordar la fiesta de anoche con claridad, pero nada de antes, excepto vagamente unas calles...). 

            Bárcenas se vistió mientras ardía un cigarrillo en el cenicero. Luego escribió una nota evocando para consolarse los últimos planos de Breve encuentro:

            Fue una noche agitadora [tachado] agotadora. Disculparás que no te hablara, pero quedé tan exhausto que sólo quería dormir. Por desgracia, sabrás por ésta que en la actualidad me encuentro casado y soy feliz con mi familia, de manera que sintiéndolo mucho no nos volveremos a ver. Pero fue estupendo. Nunca te olvidaré. Gracias [tachado]. Esteban.

 

    Hundido en el granate de una sillón desfondado de sky, Bárcenas bostezaba en el retén del barrio. Ya era capaz de evocar la música escolar de su propio nombre, Esteban Bárcenas Rico, cuyas sílabas bailaban bajo la luz de los focos en un escenario a oscuras. Una joven administrativa telefoneaba uno por uno al domicilio de los Bárcenas Rico, E. que formaban columna en el listín telefónico. Luego preguntaba con una inflexión oficiosa si por casualidad no echaban de menos al dueño de la casa.

            Cuando concluía en vano la cuarta de las llamadas, alguien de uniforme quiso tranquilizar a Bárcenas. «Cosa de paciencia, no se preocupe», dijo. Pero Bárcenas ya era un niño perdido en el circo que sentía una inmensa vergüenza al comprobar cómo su nombre levantaba el vuelo desde el trapecio de la megafonía.

—(Queridos amiguitos: el Circo Universal, siempre a rebosar, tiene el gran orgullo de presentaros su número bomba: los Machuchi Perduti, la troupe de trapecistas más famosa del globo. Mirad, amiguitos: llegados en un trineo desde Laponia, al norte del Tibet, el Gran ESTEBAN (gritemos su nombre para animarlo) se va a unir en pleno vuelo a BARCENAS (¿cómo decís? Más alto, que no oigo) y a RICO (que no se oye) ¡Hop y hop y hop! ¿Es posible lo que ven mis ojos? ¡Pero si lo han conseguido!: ESTEBAN BARCENAS RICO por primera vez en la historia mundial del circo!.... Triple Salto Mortal De La Troupe Más Internacional. Qué maravilla y con todos ustedes: los Machuchi Perduti)

            La voz de la telefonista despabiló a Bárcenas:

—Señor Bárcenas. Al aparato tengo una señora casada con Esteban Bárcenas Rico. Dice que su marido es amnésico con estados de fuga. 

            Torpemente, Esteban Bárcenas se levanta del sillón.  

—Debo de ser yo.

—Pero asegura que el acceso no lo tuvo ayer, como usted dice.

            Bárcenas no entiende. Se queda inmóvil. La chica repite:

—Que esta señora dice.

—Sí.

—Que su marido no tuvo el acceso ayer.

—Sí que lo tuve ayer. Al menos que yo sepa —Bárcenas se pasa dos dedos por la sien— ¿Cuándo dice... ella que lo tuve?

            Mientras Bárcenas se acerca a la chica, ella interroga al micrófono:

—¿Señora? ¿Cuándo salió su marido de casa? ...Ya.

—¿Qué dice?

—Que salió hace un ratito.

—¿Un ratito? ¿Qué ratito? ¿De cuánto es el ratito?

—Hará una hora. Dice que usted le ha dejado una nota en la almohada. Sí... Una nota sin pies ni cabeza —la chica tapa el micrófono con la mano y mira a Bárcenas fijamente a los ojos—. Oiga, señor Bárcenas: ¿no será usted por casualidad el marido de esta señora?

             Bárcenas había abierto la boca. Abismada sobre un difuso fondo de humedad, la punta de su lengua principiaba a tirar de la polea de las palabras; Bárcenas balbució algo sobre la factura de un piano. Luego emitió un profundo suspiro y declaró:

—Dígale que su marido vuelve a casa enseguida.