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OCASIÓN: ZAPATOS, LIBROS

Se han instalado las casetas del Libro de Ocasión en la Gran Vía Marqués del Turia de Valencia. Es el primer indicio –jubiloso, pero sin estallidos: sólo lleno de dulces rumores- de las Fallas. El éxito, año tras año, de una feria como ésta, y el éxito de las ferias del libro de ocasión en todas partes, bien merece una meditación. Sobre todo si lo comparamos con las escasas tiradas de las primeras ediciones: el editor alicantino José Luis Bonmatí confesó en público hace algunos años que en la Comunidad Valenciana una editorial factura aproximadamente lo que una zapatería. Y, claro, hay muchas más zapaterías que editoriales. ¿Cómo explicar, entonces, la asistencia multitudinaria a estas Ferias de segunda mano?        

          En primer lugar están los paseantes que no compran: gente que hojea, pregunta, se maravilla. En segundo, el júbilo de encontrar lo inencontrable. En tercero, la voluptuosidad de encontrar más barato lo que  se encuentra en cualquier parte. Esto ocurre con los libros de una manera muy característica; el aficionado al libro es siempre un vicioso del saldo, la ganga y el chollo. De esa afición les viene a tantísimos lectores que prefieran pedir prestados los libros a comprarlos. Luego, si les gustan, es posible que, además, se los queden. ¿No les ha dado a ustedes nunca apuro pedir que le devuelvan un libro prestado hace cinco o seis años? Es porque la posesión del libro ajeno genera una especie de derecho no escrito. El desconsiderado será usted, por pedir lo que no debe.

         En fin, yo no sé si estos lectores de libros ajenos son mejores para el editor que aquellos otros, tan denostados por Francisco Umbral, que compran libros y luego no los leen; y es que éstos, aunque ajenos al campo de intereses de la cultura, contribuyen al menos a la supervivencia del negocio. No, no; el problema no está en el famoso esnob que compra los libros por metros, sino, al contrario, en el señor culto que exige al editor que se los regale.

         El último mito que ha perjudicado a la industria editorial es aquel según el cual el valor del libro crece con el tiempo. Puede que el valor del libro sea perenne, pero entonces: !qué faena para quien vive de él! No ocurre lo mismo con el desgaste del zapato, y aquí está la gran desgracia: que mi zapato es efímero, pero el libro (el de otro, a ser posible) es eterno.