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EXCELENTÍSIMOS SEÑORES

    Cuando fuera de nuestras fronteras se oye tratar a un alcalde inglés de Mayor, al presidente de un Land alemán simplemente de Herr Fulano, y luego se vuelve a casa, y se percata uno de que seguimos tratando de Excelentísimo a petulantes que se han sacado un abono para el banquillo de acusados, Rector Magnífico a rectores mínimos e Ilustrísimo a quien no ha leído otros libros que los ilustrados, a uno le estrangula los filamentos nerviosos una desagradable sensación de inferioridad cultural.

         Digo yo si no habrá que ir pensando en arrumbar en el desván de las antiguallas unos tratamientos que provienen de épocas donde las relaciones entre individuo e institución estaban impregnadas de superstición y servilismo. Unos tratamientos que, además, y a diferencia de palacios y castillos, han envejecido tan mal que sólo hacen sonreir a los ciudadanos medianamente informados.

Admito que todo cambio necesita su tiempo y su proceso. Propongo comenzar el silencioso despiece de la chatarra suprimiendo el “Muy” de Muy Honorable que adorna los cargos de los presidentes de las Comunidades Autónomas; más adelante ya abordaríamos la costosa tarea de llamar “honorables” a las personas por lo que hacen, y no por el hecho de que ocupen, con o sin honorabilidad, un puesto de representación pública: todo sea dicho sin prejuzgar la posibilidad de que el antiguo poseedor del título de “muy honorable” haga honor al mismo y se convierta en digno del viejo tratamiento; como dejó dicho Erich Kästner, uno se puede apoyar en su cargo, pero no sentarse en él.

Si conseguimos eliminar los superlativos en razón del cargo y adecuar los tratamientos a los hechos, acaso sea más difícil caer en un diálogo como el que finge Roa Bastos entre el Gobernante Supremo y su Secretario, en la más rancia tradición hispánica de Paraguay, cuando el primero tiende la mano al segundo y éste se lo agradece:

«-Honor muy grande para este servidor es que Vuecencia me tienda la mano.

-No te tiendo la mano. Te ordeno que me tiendas la tuya».

         Viene en Yo, el Supremo, y creo que a todos nos trae no tan viejos recuerdos  dignos del olvido más generoso.