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CARCEL MODELO

 

No muy lejos de la Cruz de Mislata se levanta la abandonada Cárcel Modelo de Valencia. Hoy me he dejado llevar por un amigo de aspecto contundente, también por la curiosidad, esa otra amiga peligrosa, y hemos empujado sin pensar el portal entreabierto. No hay nadie en el interior. Las aliagas y ortigas crecen donde antes había baldosas; las superficies de metracrilato de las oficinas y dependencias de funcionarios han sido agujereadas con objetos puntiagudos. Nada es como debió de ser, caminamos por los corredores entre vidrios rotos y han desaparecido hasta el plomo de las cañerías y el hierro de las barandillas.

         Nos situamos bajo la solemne cúpula en el centro geométrico de la vieja cárcel; al subir por la escalera central, nos saluda la mueca blanca de un gato cadáver. Es curioso, pero no hiede; yo pensaba al venir en la fetidez de las cárceles, pero hoy entra por todas partes un aire frío de enero que lo ventila y amnistía todo.

         He entrado en los chabolos o celdas de la sección de presos jóvenes. Miden cuatro por dos metros, y en ellas dormían hasta tres internos; disponen de taza de wáter, aunque la cisterna se encuentra fuera, para impedir los ahorcamientos. Tienen cinco metros de altura, y un ventanuco casi a la altura del techo demasiado alto para asomarse. Hay pintadas en la pared, pintadas de argelinos en francés defectuoso y pintadas de españoles en español defectuoso: el viejo condicionante de la extracción social del preso. Hay versos a la madre y versos a las jeunes filles que están hechas para los garçons, advertencias soeces y algún póster con senos de papel. Me he puesto por un momento en lugar del penado, pensando que cualquiera -sí, cualquiera- puede cometer una ilegalidad en un momento de ceguera, y no he encontrado más que desolación y  hundimiento. Dejando atrás el odio de las dobles rejas, salimos a un vial abierto que rodea el perímetro cuadrado del recinto. Allá en lo alto se distingue, ahora sin odio, una garita de vigilancia vacía.

        Abandonamos en silencio la antigua Cárcel Modelo, la concentración de sufrimiento más grande que he pisado nunca. “No debería haber cárceles”, he dicho al final, “aunque ignoro la alternativa”. “¿Lo dices por esos presos que aprovechan el fin de semana de permiso para violar?” “Claro. Por ese tipo de cosas”. Mi amigo duda, luego concluye: “Hay que apartarlos de los demás, eso está claro”. Vuelvo la vista a la inmensidad de ladrillo rojo que son los muros exteriores. Esta cárcel data de 1901 y su construcción costó poco más de millón y medio de pesetas. “Modelo” es una palabra que sugiere perfección y progreso; duele pensar que esto es todo lo que se podía ofrecer a principios del siglo XX a la ignorancia y el error, también a la ruindad. A pocos años del centenario de la Cárcel Modelo dudo entre sugerir que se demuela o que se conserve como Museo de la Asfixia. El caso es que, entre el olvido y la conciencia, las ortigas siguen haciendo su camino despaciosamente.