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[Este
reportaje apareció en: Cuadernos
del Sur
(Suplemento literario del Diario de Córdoba),
20 de mayo de 1999, pp. 11-13]. I
[X1]–
LA CASA
La llamada “casa de Balzac” se encuentra colgada en la ladera de una
colina que da al Sena. A fines del siglo XVIII, cuando se construyó esta finca,
Passy era una villa independiente, y visitar a Balzac era “ir a la casa del
pueblecito de Passy”, pero hoy Passy forma parte del elegante decimosexto
distrito de París. Desde su altura se divisa, al otro lado del río, el campo
de Marte sombreado por la torre Eiffel. En la época de Balzac, esta calle tan
elevada donde vivía se llamaba, increíblemente, la calle Baja (rue
Basse); aunque no he logrado averiguar los motivos del rótulo, lo cierto es
que ya debía de causar extrañeza en tiempos del escritor, pues un recién
llegado de aquel entonces habla de “la calle de nombre hipócrita”, quizá
acezando tras culminar la colina.
Honoré de Balzac (Tours, 1799-París, 1850) recaló entre los muros de
esta finca en 1840, abrumado por las deudas y los extravagantes gastos de su
mansión de Les Jardies en Ville-d´Avray,
donde se había instalado tres años antes. Para quien, como Balzac, vivía
siempre gloriosamente por encima de sus posibilidades, y gastaba la mayor parte
de sus esporádicos ingresos invitando a cenar a los amigos, o comprando antigüedades
a precios “que sería una locura no atender”, el embargo de Les Jardies fue sólo un punto y seguido: un tal Claret, hombre de
paja de Balzac, compró aquella finca de terreno escarpado por un valor diez
veces inferior al real, con el fin de que los acreedores no pudieran
prorratearse más que una miseria entre muchos[1].
Hoy la antigua calle Baja se llama calle Raynouard, pero de todas
maneras, si el visitante llega con la línea 1 del metro, dirección Passy, habrá
de ascender por una empinada varga y doblar a izquierdas. Buscando un rótulo
numérico en silencio (los corrillos con videocámara se desplazan a esta parte
del río ni siquiera en agosto), dejamos atrás porterías de luminosos patios
interiores. Cuando al fin llegamos al 47, nos saludan en la entrada un par de
placas y una reproducción del daguerrotipo de Bisson donde aparece Balzac con
la camisa abierta. Quiero recordar, antes de empujar la valva del portal, que en
esta casa Balzac escribió, en una de sus horas financieras más bajas, algunos
folletines tan estomagantes como estomacales, pero también Un
asunto tenebroso, la, se ha dicho, primera novela policíaca de la historia,
así como Ursula Mirouët, Memorias de
dos recién casadas, La prima Bette,
y sobre todo la asombrosa Esplendores y
miserias de las cortesanas, donde finalmente se ahorca Lucien Chardon de
Rubempré, aquel poeta que vino de provincias “sin ningún patrimonio”[2].
También estos años de Passy fueron testigos del contrato de La
Comedia Humana y de las primeras entregas de la serie.
Nada más empujar la puerta entreabierta de madera divisamos, un nivel más
abajo, el jardín y la casa que constituyen el segundo nivel. Porque para llegar
a los apartamentos de Balzac no hay que subir, como en todos los edificios del
mundo, sino bajar. Es por esta acción por lo que Gérard de Nerval llamaba a la
casa una maison inverse[3],
y por lo que se felicitaba de que, al menos, no tuviera entresuelo.
El nivel de la calle Raynouard constituye, en efecto, la tercera planta; a
nuestros pies se extiende la escalera de piedra que nos hará descender a la
segunda, donde se encuentra el jardín y la puerta del pabellón de Balzac, con
su avance pentagonal acristalado [fotografía número 1[X2]].
Debajo queda todavía una primera planta que entonces disfrutaban otros
alquilados, hoy también recuperada para el museo, y aún más abajo se
encontraba la salida trasera, la puerta de la evasión salvadora a la calle
Berton que ya merece toda mi curiosidad. Porque, así como el pintor Constable sólo
elegía una vivienda si podía verse desde su ventana la salida del sol sobre el
mar, y así como la condición impuesta por Darwin a su futura morada era la de
se asentara sobre un terreno cretácico, lo primero que valoraba Balzac a la
hora de elegir un nuevo domicilio era una puerta trasera con fácil acceso a una
breve calle oscura donde dar esquinazo a los acreedores. Nuestro hombre
examinaba siempre la salida de urgencia con un concienzudo sentido crítico y
remiraba muy bien las calles adyacentes: tampoco era asunto despreciable que una
escalera secreta, como sucede aquí, comunicara sus estancias con la puerta de
escapada. Y es que, según nos recuerda Maurois, Balzac concebía la relación
entre artista y acreedor como un vínculo congénito de odio y artimañas que no
cabía corregir, pues se remontaba al origen de los tiempos[4].
Así, el novelista clasificaba a sus acreedores en grupos y subgrupos; había
gente humilde, hijos del buen pueblo de París que tras muchos años de espera
se conformaban con cobrar el 50% de la deuda, pero otros vivían animados por la
idea fija de la restitución; el más tozudo de ellos era sin duda el
“abominable Foullon”, capaz de todo con tal de cobrar sus miserables francos
(“está verdaderamente obsesionado con cobrar”, confesaba Balzac a sus
amigos); aparte de aquel sujeto, «La gente humilde, el jardinero Brouette, el
lavandero, el carnicero, la guarda forestal, tenían paciencia. [Pero] Los ricos
acosaban sin piedad»[5].
Parece seguro, pues, que yo no podría entrar tan fácilmente en esta
finca si Balzac aún residiera en ella. Aparte de que vivió de incógnito bajo
el seudónimo de “Mr. de Breugnol”, para franquear el umbral se exigía la
celebrada contraseña “llevo encaje belga”. Aun habiendo concertado cita con
Balzac, era preciso pasar por un sistema de filtros. León Gozlan nos da memoria
de la primera visita que hizo a esta casa Félix Solar, director de L´Epoque. Solar, que pretendía una colaboración de Balzac para su
periódico, había de preguntar por un tal Mme. Bri..., la gobernanta de la
casa, en realidad Mme. Breugnol. Solar cuenta que tuvo que soportar primero la
mirada fija e impertinente del portero, preguntar por Madame Bri, bajar y subir
peldaños, enfrentarse a la portera, preguntar por Madame Bri, bajar una
escalinata, enfrentarse a la hija del portero, preguntar por Madame Bri, y sólo
entonces... «La
muchacha, con un aire de incomprensible misterio, me señaló, al fondo del
patio, una especie de caserón agrietado, deteriorado, cerrado herméticamente.
Creí hallarme ante una de aquellas casas solitarias de los arrabales de París
que desde hace un cuarto de siglo esperan tras los cristales legañosos de sus
ventanas un inquilino imaginario. Llamé sin esperar respuesta (...) Con gran
sorpresa por mi parte, chirrió la puerta e hizo su aparición en el umbral una
vieja criada alemana. ¡Y estaba viva! Volví a repetir: -¿Madame
de Bri...? De entre la sombra azulada del vestíbulo surgió una gruesa
señora de unos cuarenta años, de aspecto monacal y ademán reposado (...) ¡Era
ella! ¡Por fin! ¡Era la última
palabra del enigma domiciliario, era madame de Bri...! Pronunció mi nombre,
envolviendo sus palabras en una plácida sonrisa, y me abrió ella misma la
puerta del despacho de monsieur De Balzac.
Penetré en el santuario»[6].
El último filtro era la enigmática gobernanta, que luego heredó
algunos bienes del novelista. Pese a que los autores de la guía no mencionan el
episodio, con esta Mme. Breugnol mantuvo Balzac relaciones amorosas
clandestinas, se la llevó consigo en diversos viajes y, sin que lo supiera la
lejana Mme. Hanska, recorrió en nombre del escritor las imprentas y los
despachos editoriales para negociar en su nombre. Cuenta la historia que, cuando
Balzac se cansa de ella, la mujer exige una expendeduría de tabaco a cambio de
dejarlo en paz. Pero hay más: la
señora Breugnol ha aprovechado una ausencia de Balzac para robarle las cartas
de amor de Mme. Hanska. Con ellas chantajeará al novelista, y Balzac no podrá
recuperarlas sin antes pagar 5.000 francos en una época en que sus deudas eran
gigantescas. El novelista limitó su venganza a trazar de ella un retrato
caricaturesco en La prima Bette y en
la portera Cibot de El primo Pons[7].
Nosotros bajamos al jardín, hoy el único filtro, la caja del Museo, y
entramos a la primera en el pabellón donde Balzac vivió alquilado, primero
seis meses en compañía de su madre, después a solas. II
– EL RECIBIDOR
En un recibidor de paredes mates en color verde agua se puede contemplar
un estudio en yeso de la cabeza de Balzac que hizo Rodin para su estatua
monumental [fotografía número 2[X3]].
También se encuentra aquí la ampliación fotográfica del daguerrotipo que le
hizo Bisson en 1842, viviendo en esta casa. Es el célebre retrato con la mano
abierta en el pecho y la pechera de la camisa abierta, y su mirada palpitante y
los belfos surcados por torrentes de vida generosa; a pesar de su aspecto
doguino y sus dentadura irregular, sabemos que Balzac subyugaba a las damas.
Viendo el semblante a través del daguerrotipo se entiende mejor la descripción
de Sophie Koslowska, cuando alguien le pregunta por la razón del éxito amoroso
de Balzac: «No
se puede decir que M. de Balzac sea un hombre guapo, pues es pequeño, grueso,
rechoncho y barrigudo; tiene amplias espaldas, muy cuadradas, una cabeza grande,
una nariz que parece de goma elástica, cuadrada en la punta y una boca muy
bonita, aunque casi sin dientes; sus cabellos son negros de jade, estirados y
entrecanos. Pero reside en sus ojos castaños un fuego, una expresión tan
vigorosa que, sin una quererlo, os obliga a admitir que pocas cabezas hay tan
bellas como la suya»[8].
[fotografía [X4]número
3].
Balzac estaba encantado con este daguerrotipo, y en una carta a su amada
Hanska de 1842 le participa su entusiasmo (pero todo Balzac es entusiasmo) por
el nuevo arte que acababa de nacer en París: «Je
suis ébaubi de la perfection avec laquelle agit la lumière (...) Ce qui est
admirable, c´est la vérité, la précision!». III
– SALA 1
A la derecha, en la primera sala hay retratos de Wenceslas Hanski, que
morirá en 1841para bien de Balzac, pues al fin el escritor va a poder pedir en
matrimonio a su viuda, Mme. Hanska[9].
Un cofre de Laura de Berny, su vecina casada, primera mujer a la que amó y espíritu
protector. En la vitrina, dedicatorias a pluma de sus libros. Retrato de gran
formato de Zulma Carraud, amiga de la hermana de Balzac y amante del escritor
entre los años 1818 y 1825. Lo más estimulante es el famoso bastón de oro y
turquesas que portaba Balzac, con sus armas grabadas en el pomo; como entre
nosotros Azorín con su paraguas amarillo o Gil-Albert con su monóculo, durante
mucho tiempo este canne salteado de
piedras preciosas le hará más conocido que sus obras; en una carta a Mme.
Hanska leemos que su bastón le ha dado fama como a hombre de posibles, aunque
en realidad, asegura, no tiene más que deudas.
Retrato por Gavarny de la duquesa de Abrantès, aquella mujer exquisita
que introdujo a Balzac en el gran mundo de los salones parisinos a partir de
1825 y le presentó a Mme. Récamier. Otro retrato de, quizá, el conde Hanski;
retratos de los padres de Balzac, de su solar familiar. En la vitrina, novelas
de juventud firmadas con seudónimo, una ilustración de su amigo Gustavo Doré
para sus Cuentos libertinos (Contes drôlatiques), unas Escenas
de la vida privada dedicadas a pluma a Zulma Carraud y obras para niños, de
la propia Zulma. Hay también un retrato de Jean Gigoux, el pintor que acompañará
a Mme. Hanska cuando fallezca Balzac. Recuerdos de la omnipresente Mme. Hanska
(un misal en polaco, un reloj esmaltado, un neceser de escritura). IV-
ESTUDIO
Pero el alma de la casa, el sanctasanctorum del tabernáculo y el lugar
donde pervive el fantasma del escritor es sin duda este pequeño, regularmente
iluminado y aireado, cabinet de travail.
Hay una estatua en mármol de Carrara, un mueble-biblioteca cerrado, lacado en
negro; tras el cristal aparecen obras ranciamente encuadernadas de Rousseau.
Estos volúmenes del filósofo de la emoción me hacen recordar que Balzac, en
una descarada carta de acoso a Mme. de Berny, se compara a sí mismo con un
Rousseau necesitado de una mujer que sea a la vez madre y amante: necesitado, en
suma, de una Mme. de Warens; y un segundo recuerdo libresco, de la mano de
Javier Alcoriza, se superpone al primero: Alfonso Reyes vivió en este barrio
hacia 1926, y en un articulillo titulado “Pasos de Passy” evoca sus largos
paseos entre los hoteles de Passy que dejan escurrir por sus muros “una espuma
de ligera verdura”; en esos paseos afirma el escritor mexicano haber
encontrado una pensión de familia que lucía en la reja el título de Les Charmettes. Reyes, inmediatamente, recuerda que Mme de Warens,
la madre-amante de Rousseau, inició a éste
en los sofocos del amor en el retiro filosófico de Les Charmettes[10].
Pero también hay otros libros fuera de este breve círculo rousseauniano:
La salamandra de Sue, Hôtel-Dieu
de Meniérè, y obras propias, como César
Birotteau, además de una vista de la soberbia mansión que Mme. Hanska poseía
en Ucrania. Una escultura en mármol de Balzac, cedida por el Museo Carnavalet,
un estudio para un medallón, un Cristo que adquirió a precio de ganga, según
le agradaba contar o inventar. En la vitrina colgada se suceden algunos objetos
personales que pueden llegar a emocionar: su cafetera veilleuse
en porcelana blanca de Limoges. Un sello personal, un reloj que le perteneció y
una copa de cristal de Bohemia grabada con motivos que divinizan a Balzac,
regalo de cierta duquesa; Balzac escribe a Mme. Hanska al respecto que le han
hecho traer de Bohemia un menudo Verre
donde aparece un Dios (él) coronado por una ninfa, mientras otra ninfa escribe
la Comedia Humana. «Es de un gusto detestable», concluye Balzac. En el centro
del cabinet de travail se encuentra su mesa de trabajo y su sillón, de
tapicería de lana. Sobre la misma mesa en que se escribieron hay dos pruebas
corregidas de puño y letra de la magistral Modeste
Mignon. V
– SALA DOS
Una chimenea de cerámica encastrada en la pared (¿se calentó aquí
Balzac?) contempla esta sala, destinada a material de las fuentes literarias,
históricas, jurídicas (Código Civil francés) y militares que le sirvieron
para escribir Le Colonel Chibert,
novela que ha dado pie a una película de éxito en Francia, protagonizada por Gérard
Depardieu. Como no he leído la novela ni visto la película, salgo de la sala
por el expeditivo método de cruzarla en diagonal. VI
– SALA TRES
Esta sala es un museo grotesco. Estudios acuarelados de temas
balzaquianos por un artista de la época, y grabados de Honoré Daumier. Se
trata de un delicioso juego de grabados (dibujo y texto) con Robert Macaire por
protagonista. Este Macaire es un cínico, un personaje propio de la Monarquía
de julio; cierta ley había promulgado una censura sobre los grabados que
terminará por cortar la vida de La
Caricature, aquel periódico donde trabajaban Balzac y Daumier. Se funda un
nuevo periódico llamado Charivari en
1832, un diario político y de arte que promete publicar cada día una
caricatura “cuando la censura quiera permitirlas”. Esta galería fue
elogiada por Baudelaire, quien dijo de ella: «Las obras de Daumier son un
complemento de la Comedia Humana». Macaire aparece como asesor financiero en la
Bolsa, como magnetizador de enfermos cándidos: «Bebed agua, mucho agua; frotáos
los huesos de las piernas y venid a verme con frecuencia. Eso no os arruinará,
porque mis consultas son gratuitas. Bueno, ahora me dáis 20 francos por estas
dos botellas»; Macaire farmacéutico, restaurateur,
tramposo en el hipódromo, especulador de obras dramáticas... VII
– PRIMER PISO
Bajamos al primer piso, en el que nunca vivió Balzac, y sí una familia
con niños que, decía el escritor, le impedían trabajar con sus continuas
carreras y gritos. Un tan divertida
como pedagógica estela extiende a lo largo de las paredes de la habitación el
árbol genealógico de los principales personajes de la Comedia Humana. Aparecen
no sólo las relaciones reconocidas, sino también los amantes y hasta las liaisons posibles de este inventario humano. Balzac: «Mi obra tiene
su geografía, como tiene su genealogía y sus familias». Terminamos con una
carta de Víctor Hugo donde recuerda la muerte de Balzac, recién casado en
Rusia con Mme. Hanska y con problemas de circulación sanguínea al volver a París.
La hidropesía, la piel que no admitía punción, la visita cuando Hugo sabe que
no va a durar toda la noche, y su cara violeta, casi negra, su barba sin
recortar. Y aún después de la muerte, el recuerdo de piedra, como en aquella
pieza de Strindberg, las estatuas que hablan. Aquí se lee la propuesta de los
monumentos, las maquetas de las estatuas que le hicieron Rodin y Falguière,
toda la chatarra en yeso y bronce, y las caricaturas que suscitó.
VIII.
Hemos salido al jardín, otra vez en la segunda planta. En tiempos de
Balzac había sólo dos pobres parterres de lilas en el jardín, pero hoy está
lleno de recuerdos posteriores, grandilocuentes, notoriamente fingidos. Es hora
de partir: nos vamos sabiendo que los más hermosos muebles, los que Balzac más
amaba (entre otros, el secretaire con
las armas de Enrique IV y una cómoda blasonada con las armas de Francia y
Florencia, ambos del siglo XVI), no están aquí, que se trasladaron a su muerte
para saldar deudas y promesas, y que sólo unas cuantas piezas menores
persisten; Balzac abandonó Passy para casarse con la condesa Hanska (adiós,
Mme. Breugnol) y disfrutar de su cambio de estado en la mansión de la c/ Fortunée,
hoy c/ Balzac (adiós, calle Baja). Proust ha recordado[11]
no sin reprobación las palabras del propio Balzac a su hermana Laura tras la
mudanza: «Me gusta el lujo de la c/ Fortunée, con todo lo que ello supone: una
mujer guapa, bien nacida, de buena posición y con las mejores relaciones»[fotografía
[X5]número
4]. Sin embargo, este pequeño pabellón es el que ha quedado como símbolo de
su verdadera vida, prometeica y desvergonzada.
Pero aún nos aguarda la impresión más duradera: cuanto hay al otro
lado de la puerta trasera, aquella puerta que permitió a Balzac ser quien fue.
Salimos por donde hemos entrado, la c/ Raynouard. Damos la vuelta a la manzana a
izquierda, y queremos bajar de Raynouard a Berton por una escalera de gran
punto, con baranda de hierro. Hay un guardia uniformado en lo alto, casi le
pregunto por la calle Berton, pero al volver la cabeza veo enseguida que sigue
siendo la misma calle que Apollinaire, cuando vino a visitar la casa a
principios del siglo XX, designó como lo única que no había cambiado con el
tiempo. El guardia se nos ha quedado mirando, pero bajamos a Berton entre
farolas de hierro sin pensar. Es Berton una estrecha calle de trazado irregular
que desciende hacia el río en silencio. Admirable para la fuga, emocionante y
resonadora de huellas, está igual que no sabemos cuándo, húmeda,
angosta, con los mismos adoquines caprichosos que indudablemente ya pisó Balzac
en el XIX. Pasamos por la puerta trasera de las fugas en el momento en que
aparece otro guardia uniformado al cabo opuesto de la calle. Qué ocurre. Hago
como que no veo que un guardia custodia cada extremo de la húmeda, pequeña y
real calle de Berton. Para disimular, digo a mi amada: «Mira, aquí es donde
cuenta Nerval que llamó al timbre».
Vamos hacia el guardia que nos aguarda, la calle se estrecha en callejón,
ni siquiera
caben dos cuerpos adultos ya, tengo un muro a la derecha del que penden plantas
trepadoras que hicieron su trabajo del otro lado, a la izquierda, mientras ya
distingo el rostro seco del gigante armado, un armazón de piedras en cuya
argamasa crecen raíces y telas tupidas de araña. El guardia da un paso atrás
sin dejar de observarnos. Pasamos, le sonreímos, me ha parecido por un momento
el sicario del heredero de algún acreedor de Balzac. Al dar vuelta a la calle
descubro que lo que había al otro lado del patio era la embajada turca. Miro el
emblema en lo alto con su luna acostada y su estrella de cinco puntas, y ahora
es cuando comprendo la vigilancia; miro alternativamente al guardia, sonrío de
nuevo (tenía previsto contestar: «no conozco de nada al señor Breugnol, sólo
paseaba. ¿Por qué iba a mentir? Pregúntele a ella y lo comprobará». Pero ya
no hará falta urdir evasivas. Bajamos casi con premura por la calle Marcel
Proust, hacia la antigua verdad del Sena.
[1] Maurois, André, Prométhée ou la vie de Balzac, París: Hachette, 1965, pp. 414-5. [2] Splendeurs et misères de courtisanes, en La Comèdie humaine, vol. IV, París: Seuil, 1966, p. 409. [3] Vid. la Guide general de la Maison de Balzac, de Judith Meyer-Petit, Anne Panchout y Berthe Bogerbe. La guía constituye la base de la documentación que ilustra al visitante al pie de los diversos objetos y documentos. [4] «Balzac —escribe Maurois— consideraba la lucha entre deudor y acreedor como una guerra sin cuartel». [5] Maurois, Prométhée ou la vie de Balzac, p 414. [6] Gozlan, León, Balzac en zapatillas (ed. orig.: Balzac en pantoufles), Barcelona: Lara, s/f., pp. 249-50. [7] Vid. Pujol, Carlos, op. cit., p. 95. [8] Cit. en Maurois, André, Prométhée ou la vie de Balzac, p. 323. [9] Pujol, Carlos, op. cit., p. 88. [10] Reyes, Alfonso, “Pasos de Passy”, en Obras Completas, vol. XXII, Marginalia, F.C.E.: México, D. F., 1989, pp. 274-276: «Cuando me sobraba una hora –recuerda Reyes-, recorría yo las callecitas cercanas, cuyos nombres perpetúan el recuerdo de los pintores: Scheffer, La Tour, David (...) La casa-museo de Balzac no está distante» (p. 274). [11] En “Contra Saint-Beuve”, incluido en Ensayos literarios, Barcelona: Edhasa, 1971 (vol. II), p. 33. |
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