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APARCA COCHES

Últimamente, al salir del coche me encuentro con un señor que me da los buenos días, se dirige con autoridad al morro del coche y le acomoda un papelito bajo el limpiaparabrisas. Luego se me queda mirando. Siempre me doy por aludido, así que tomo unas monedas y las deposito en su mano abierta. Aún no he terminado de admirar el distintivo del Ejército español que brilla en el frontal de su gorra de plato, acaso otrora gloriosa, cuando el hombre suele despedirse raudo. Es que acaba de divisar otro coche aparcando en aquella explanada de aparcamiento gratuito, y no es cosa de perder jornal dando cháchara a los clientes.

         A la vuelta, retiro el papel. Es un impreso donde se lee COCHE... MATRICULA... HORA... FECHA... El hombre de (la) gorra no ha rellenado la línea de puntos, seguramente porque hacerlo no serviría de mucho. Y es que este impreso sólo tendrá sentido cuando el aparcacoches, además de gorra con águila en la frente, porte en el pecho alguna condecoración obtenida en el Rastro, y nos imponga a los conductores un límite máximo en sus dominios de estacionamiento gratuito: pongamos, dos horas.

         Me cuentan que la ciudad se encuentra colonizada por cientos de  aparcacoches que evolucionan con un vago aire de excombatientes; la plaga de mariscales de campo se ha extendido por toda la ciudad, y ya es una rareza aparcar en una vía pública sin que la llamada de un pito a tus espaldas te recuerde que alguien se ha apropiado de tu rapidez de movimientos. Son los “ordenadores de aparcamiento”, un somatén espontáneo que acecha a toque de pito cada espacio oficialmente gratuito.  Sus prácticas ordenadoras son variadas; una de ellas consiste en proponer a los incautos conductores que aparquen en triple fila, y además echen el freno de mano, con lo que no es infrecuente que la grúa municipal haya hecho su trabajo a la vuelta. De todas formas, nadie se va sin pagar; unos, porque los aparcacoches se enfadan; otros, por temor a encontrar a la vuelta una sorpresa en la carrocería.

         La picaresca sigue teniendo tan buena salud como en la época de Quevedo, y además ahora usa papel de imprenta. Me pregunto si la autoridad municipal no debiera tomar cartas en el asunto, aunque sólo fuera por competencia desleal para la O.R.A.