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AGOSTO

Este agosto se han ido fuera los amigos, los conocidos y los familiares. Han partido a los lugares más remotos en busca de éxtasis, paz y arte, como Gauguin decía al soñar con los mares del Sur. Me aseguran que estando en la India, por ejemplo, tan lejos y a solas, podrán meditar a conciencia, volver a plantearse la vida o escribir sin intromisiones. Qué cosas, ¿verdad?: ir tan lejos para luego meterse en sí mismo, cuando el sí mismo ya caía tan cerca en el lugar de origen... Yo no he querido quitarles la ilusión, pues cada uno se engaña a su manera y nada hay más ingrato que bajar al prójimo del guindo. Ahora bien, como para estas fechas ya habrán partido, quiero contarles a ustedes un pequeño secreto. Yo, cuando de-verdad-de-verdad quiero estar a solas en agosto, lo que hago es... quedarme en la ciudad. Y salir en septiembre, pongo por caso.

         Porque tu ciudad de siempre, esa que no te da un respiro el resto del año, al llegar agosto se transforma en la estepa más desolada del mundo, y el tiempo se extiende ante tu nariz como una infinita sábana inmaculada: ni una llamada telefónica, ni una carta, ni una consulta... es como si los demás hubieran muerto. Qué digo; como si uno hubiera muerto para ellos. Ignoro si podemos prescindir del mundo, pero lo que queda claro en agosto es que el mundo sí puede prescindir de nosotros. Añadan a todo ello que desaparecen las tentaciones del paisaje: el bar, el restaurante, la biblioteca, la bolera... Todo el mundo, viva o no de esos impuestos que pagamos también el mes de agosto, se ha esfumado. Los demás existen, sí, pero están fuera. De vacaciones, por más y únicas señas. Hasta los médicos aprovechan para hacer congresos en Tarapoto, Perú, y eso hace que enfermar en agosto aquí sea peor que enfermar en la selva peruana.

         Más que el desierto de Mali adonde iba Miquel Barceló a rociar sus lienzos, o que las islas tahitianas donde Gauguin se preguntaba de dónde venimos y qué somos,  más que la jungla de Birmania adonde la gente va a abstraerse de la jungla, lo más indicado para la verdadera meditación y el verdadero encuentro consigo mismo es quedarse en casita, aliñarse un café del tiempo y asomarse al balcón. Desde allí se abarca todo ese inmenso desierto gris que constituye el bulevar de las palmeras. Por cierto, ¿hay alguien leyendo?

 


Om. Sílaba mágica que se pronuncia con una fuerte inspiración y arrastrando la m. Así: Ommmmm. Tiene la propiedad de aislarnos del ambiente, si bien en la India da más resultado que en Occidente por causas ambientales.